jueves, 10 de diciembre de 2009

Introducción

El último Concilio Ecuménico, a través de la Constitución Dogmática Lumen Gentium, ofrece la pauta para una más honda y extensa comprensión del misterio de la Iglesia. En el capítulo VII, que trata sobre la naturaleza escatológica de la Iglesia peregrina y su unión con la Iglesia celestial, se descubre un compendio sobre la misión de los santos en la vida de la Iglesia, que constituyen el mejor testimonio de la siempre presente acción santificadora del Espíritu y su incidencia en la historia. En este documento (n.50) se leen las palabras siguientes: Dios manifiesta a los hombres de modo vivo su presencia y su rostro, en la vida de aquellos, hombres como nosotros, que con mayor perfección se transforman en la imagen de Cristo (cfr. 2 Cor. 3, 18).
Por otra parte, nos recuerda también la Constitución (n. 49), que la unión de los viadores con los hermanos que se durmieron en la paz de Cristo no se interrumpe, sino al contrario, se robustece: Por lo mismo que los bienaventurados están más íntimamente unidos a Cristo, consolidan más eficazmente a toda la Iglesia en la santidad, ennoblecen el culto que ella ofrece a Dios aquí en la tierra y contribuyen de múltiples maneras a su más dilatada edificación (cfr. 1 Cor 5, 8) (...) Su fraterna solicitud contribuye, pues, mucho a remediar nuestra debilidad.
Entendemos en esas palabras del documento conciliar la presencia de Dios en el mundo y en la historia y, al mismo tiempo, cómo los hombres, en el ejercicio de su libertad, con su correspondencia a la gracia se convierten en instrumentos de Dios y, en cierta medida, se constituyen en verdaderos forjadores de la historia. De ahí que haya interesado siempre, tanto a los teólogos como a los historiadores, las vidas de los santos y su tiempo, y su correspondencia a las gracias y carismas que distribuye el Espíritu para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia (cfr. Lumen Gentium n. 12), que se transforma en cauce del querer de Dios en la historia de la salvación.
En el Acto de Apertura del Simposio teológico de estudio en torno a las enseñanzas de Josemaría Escrivá (Roma, 12-14 de octubre de 1993), hacía el Cardenal Joseph Ratzinger la siguiente consideración: El teólogo debe ser hombre de ciencia; pero también, y precisamente en cuanto teólogo, hombre de oración. No sólo ha de atender al despliegue de la historia y al desarrollo de las ciencias, sino también —y todavía más— al testimonio de quien, habiendo recorrido hasta el fondo el camino de la oración, ha alcanzado ya en la tierra las vetas más altas de la intimidad divina; es decir, al testimonio de quienes, en el lenguaje ordinario, denominamos con el calificativo de santos.
Josemaría Escrivá de Balaguer aparece, en el siglo XX, como uno de estos instrumentos providenciales, dispuesto desde su juventud a secundar, con una total disponibilidad, la voz de Dios. Su figura, en muy pocos años, se perfila con una profunda y extensa proyección en la Iglesia y en el mundo. La acción vivificadora del Paráclito aparece palpable en su mensaje espiritual. Desde que falleció santamente en Roma, en junio de 1975, se han escrito bastantes biografías y miles de artículos sobre aspectos parciales o sucesos concretos, pero cada día se hace más atractivo y conveniente abordar, con carácter científico, las distintas etapas de su vida y precisar bien su contexto histórico; estos estudios nos sugerirán ámbitos de investigación en los campos de la Teología Espiritual, del Derecho Canónico, de la Historia, etc.
En este marco de ideas se inscribe este estudio sobre los años de Seminario de Josemaría Escrivá en Zaragoza. Ante una gran personalidad, es fácil detenerse en sus momentos de mayor presencia en la opinión pública. Pero una vida madura y fecunda expresa un itinerario, cuyas distintas etapas deben conocerse. Por eso resultará revelador conocer y analizar sus años de juventud, desde las primeras luces espirituales que percibió en su alma alrededor de sus quince años, realmente decisivos para toda su existencia.

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Este trabajo de investigación tiene una historia larga, pues sus antecedentes se remontan a los trabajos que inicié, con finalidad distinta, hace 26 años. Entonces, se trató, simplemente, de localizar y obtener toda la documentación que hubiera en el Seminario sobre Josemaría Escrivá, los testimonios de los condiscípulos de la época que aún viviesen, etc. Como es sabido, realizó sus estudios sacerdotales en el Seminario de San Francisco de Paula, en Zaragoza, desde el 28 de septiembre de 1920 hasta el 28 de marzo de 1925, fecha de su ordenación sacerdotal. Procedía del Seminario de Logroño, donde había iniciado sus estudios, como alumno externo, en 1918.
Comencé acudiendo al Archivo Diocesano de Zaragoza, donde, como era de esperar, se encontró la documentación específica de presbítero, relativa a don Josemaría Escrivá, pues fue sacerdote de esa diócesis hasta 1942. Por contraste, no había documentación alguna referida al Seminario de San Francisco de Paula, del que tampoco quedaba constancia de su existencia en el archivo del Seminario de San Valero y San Braulio, con el que se había fusionado en 1951. El único testimonio documental que se conservaba estaba constituido por los cuatro libros titulados De vita et moribus de los alumnos del Seminario de San Francisco de Paula, que guardaba celosamente, en su despacho, el Presidente del Real Seminario de San Carlos, donde había tenido su sede, en las plantas 3? y 4? del edificio, el de San Francisco de Paula. Era creencia generalizada entre los sacerdotes de la curia diocesana, y entre otros que habían sido Superiores del Seminario de San Francisco, que no se conservaban documentos sobre dicho Seminario; afirmaban algunos, incluso, que, en 1951, se había quemado la poca documentación existente. A lo largo de la segunda mitad de 1975, sólo pude encontrar algunos documentos, en unos cajones de la Biblioteca del Real Seminario de San Carlos.
Tres años después, en mayo de 1978, por deseo de Mons. Álvaro del Portillo, sucesor del Fundador del Opus Dei, proseguí la búsqueda de más documentos. Providencialmente, cuando todas las expectativas parecían augurar un fracaso en la investigación, encontré, en un lugar insospechado de la mencionada Biblioteca, una valiosísima documentación, aunque totalmente desordenada y mezclada con otros muchos papeles que nada tenían que ver con el Seminario de San Francisco. Esta documentación, que constituye una parte importante de las fuentes de este trabajo, es tan completa que permitirá estudiar, en el futuro, todo lo referente a la vida de ese Seminario, en sus 66 años de existencia (1886-1951). Entre los primeros papeles que encontré, en 1978, están los informes mensuales sobre la conducta de los seminaristas de San Francisco de Paula que Josemaría, siendo Superior del Seminario, redactaba todos los meses y en los que frecuentemente añadía algunas consideraciones. Son una fuente indiscutible de grandísimo valor. Con el beneplácito del Vicario General, dediqué algún tiempo a ordenar la documentación hallada, la cual —convenientemente clasificada y organizada en siete cajas— deposité en el Archivo Diocesano de Zaragoza, donde se encuentra desde entonces, constituyendo una sección especial, con el título de “Seminario de San Francisco de Paula”. El elenco de los documentos encontrados se especifica en el apartado dedicado a las fuentes de este trabajo.
Simultáneamente, en esta época, se iniciaron las gestiones para recoger el testimonio de condiscípulos del Seminario, parientes, amigos y compañeros de estudios en la Facultad de Derecho de Zaragoza, aún en vida entonces. Intervine en estas tareas y participé en bastantes de las entrevistas. Estos testimonios —en especial, el de los condiscípulos— constituyen una fuente de gran amplitud y variedad y, por proceder de los genuinos protagonistas de la época, permiten un contraste riguroso de las afirmaciones y de los sucesos, tarea que pocas veces se puede conseguir de épocas algo alejadas en el tiempo y de sucesos aparentemente nada relevantes del acontecer ordinario.
Todo este trabajo previo, pues, ha sido una fuente de reflexión frecuente durante años, y me facilitó la realización de una tesis doctoral, que con las modificaciones lógicas, presento ahora como libro.

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A la hora de estudiar los años de seminario de Josemaría Escrivá, he pretendido acercarme, con el mayor número de datos posibles, a la realidad de lo que fue el Seminario de San Francisco de Paula. Al tener que acotar la extensión del estudio sobre el seminario, he considerado conveniente realizarlo con una cierta amplitud histórica que posibilite una cierta perspectiva y la más adecuada contextualización a la época específica que se quiere estudiar. Al mismo tiempo, ese acercamiento permite observar las tendencias de cambios o evolución en los planteamientos de la formación y régimen en el Seminario. Por esa razón se ha querido reflejar lo que fueron sus cincuenta primeros años, desde su fundación, en 1886, hasta la interrupción de su actividad en 1936, por la guerra civil española, con una particular consideración, en todos los apartados, a los aspectos más específicos que acontecieron entre los años 1920 a 1925, cuando fue seminarista el Fundador del Opus Dei.
Aunque en ese medio siglo hay una evidente evolución de las circunstancias históricas en las que se inscribe la vida y el desarrollo del Seminario, se da, no obstante, una cierta continuidad y homogeneidad en su desarrollo y planteamientos y nos ofrece un contexto histórico muy apropiado a nuestra investigación. Por otra parte, una reflexión de tal amplitud posibilitará contrastar la realidad de este centro de formación sacerdotal, con la bibliografía existente sobre la vida y la formación de los Seminarios de esa época.
Se han estudiado todos los aspectos de la vida del Seminario, dirigiendo constantemente la mirada y la reflexión, a través de lo que nos transmiten las distintas fuentes, a la vida del seminarista Josemaría Escrivá en esos años, analizando su itinerario e intentando descubrir las señales posibles del proceso de su vocación y de la maduración humana y espiritual que experimenta. Se presta una especial atención al desempeño de su función como Superior, que nos ofrece, a través de las fuentes existentes, unos elementos muy enriquecedores para valorar la correspondencia de Josemaría a la gracia y a la vocación en el transcurso de esos años.
Con esta investigación, se ha pretendido alcanzar un amplio objetivo: en primer lugar, hacer una presentación de fuentes; de una parte de la documentación hallada, hasta ahora inédita, del Seminario de San Francisco de Paula; por esta razón ha parecido conveniente aportar un Apéndice con los documentos más significativos. En segundo lugar, tratar de acercarnos a la realidad de la vida de lo que fue el Seminario de San Francisco: su fundación, su gobierno, sus colegiales, el régimen de vida y la formación que se impartía; y así, ofrecer el contexto necesario para acercarnos al estudio, riguroso y preciso, del tema central de la investigación: los años en los que Josemaría Escrivá fue colegial y Superior del Seminario de San Francisco (1920 a 1925). Por último, nos permite este trabajo presentar los testimonios más significativos de los condiscípulos de Josemaría y de otras personas que le trataron en esos años; constituyen una fuente valiosísima que ha hecho posible la amplitud del estudio realizado; por esta razón nos ha parecido muy conveniente incluirlos en el Apéndice documental, junto al expediente de Órdenes.
Por otra parte, la amplia y completa documentación hallada sobre el Seminario de San Francisco de Paula y el estudio realizado desde su fundación, especialmente en el primer cuarto de siglo, aporta unos datos objetivos que pueden ser útiles para suscitar un cambio en la percepción global tan negativa que ha creado la historiografía sobre los seminarios de la época. Esa distorsión reclama, como ya han sugerido algunos historiadores, un análisis crítico de la documentación utilizada, a la luz de todo el conjunto de aspectos socioculturales de la época en los que estos seminarios hubieron de desarrollar su andadura. No estará de más en estos estudios alentar un proceso de profundización, con un mayor sentido crítico de las fuentes, y teniendo más en cuenta los estudios de la historia social religiosa de esos años.
Este trabajo de investigación no es sólo fruto del esfuerzo personal, sino también de la ayuda, apoyo y consejo recibido de bastantes personas. Me alegra poder dejar constancia de mi agradecimiento al Profesor José L. Illanes, y mi reconocimiento a la colaboración de los profesores Constantino Anchel, Julio González-Simancas y José María Revuelta, del Centro de Documentación y Estudios Josemaría Escrivá de Balaguer de la Universidad de Navarra
Por último, deseo manifestar mi gratitud, llena de profunda veneración y cariño, a Mons. Álvaro del Portillo y Diez de Sollano, sucesor del Fundador del Opus Dei y Gran Canciller de la Universidad de Navarra. No hubiera sido posible este estudio sin su ejemplar piedad filial, que le llevó, desde el primer momento del tránsito al cielo del Beato Josemaría, a promover la búsqueda de todas las huellas posibles de su paso por la tierra —aunque se presentase como empresa difícil—, con la certeza de que cumplía un deber que daría mucha gloria a Dios y sería un gran bien para la Iglesia y las almas.

martes, 10 de noviembre de 2009

Presentación

Este libro, el primero de una serie de monografías sobre el Fundador del Opus Dei, promovidas por el «Instituto Histórico Josemaría Escrivá», ve la luz mientras celebramos el centenario de su nacimiento. Pretende ser otro homenaje más —homenaje debido— a la memoria de este sacerdote santo, nacido en Barbastro el 9 de enero de 1902 y fallecido en Roma el 26 de junio de 1975, pero no se limita a una simple conmemoración.
El período histórico abarcado por el presente volumen —los años de seminario en Zaragoza, de 1920 a 1925— resulta particularmente importante para la futura misión de Josemaría Escrivá de Balaguer. En ese lustro, en efecto, el joven seminarista va madurando en todos los aspectos. Los estudios de Teología en el Seminario de San Francisco de Paula y los de Derecho —que realiza en las aulas cesaraugustanas, sin restar tiempo a su preparación específica para el sacerdocio, ya que aprovechaba las épocas de vacaciones para preparar los exámenes— abren su inteligencia al esplendor de la verdad y ponen las bases del gran sentido teológico y jurídico, que manifestaría a lo largo de toda su existencia. La lectura habitual de los clásicos —afición que le venía de tiempo atrás, alentado por el ejemplo de sus padres— afina su preparación cultural y le proporciona también una ayuda para difundir la doctrina cristiana con sugestivo don de lenguas y, años después, el espíritu del Opus Dei entre personas de las más diversas condiciones sociales. La estrecha convivencia con profesores y alumnos le enriquece humanamente y le ofrece múltiples ocasiones de ejercitar el espíritu de servicio, tan característico del Fundador del Opus Dei.
Junto a esta maduración que podemos llamar externa, se da contemporáneamente un crecimiento interior que es como la raíz que impulsa toda la actividad exterior de Josemaría Escrivá de Balaguer. Me refiero a su recia vida espiritual, de profundo trato personal con Dios, que se despliega impetuosamente durante este período, sustentada por la vocación sacerdotal y alimentada por las numerosas gracias que recibe. Este crecimiento interior se forja al compás de innumerables horas de oración ante el Santísimo Sacramento y también al ritmo de las numerosas pruebas —internas y externas— que el Señor le envía, que le exigen muchos sacrificios y renuncias.
Algo de esto se transparenta en un texto de su predicación, correspondiente a 1964. Refiriéndose al laborar de Dios en su alma, durante los años de su formación sacerdotal, recordaba delante de un pequeño grupo de fieles del Opus Dei: «Sucedieron muchas cosas duras, tremendas, que no os digo porque a mí no me causan pena, pero a vosotros sí que os la darían. Eran hachazos que Dios Nuestro Señor daba para preparar —de ese árbol— la viga que iba a servir, a pesar de ella misma, para hacer su Obra. Yo, casi sin darme cuenta, repetía: Domine, ut videam! Domine, ut sit! No sabía lo que era, pero seguía adelante, sin corresponder a la bondad de Dios, pero esperando lo que más tarde había de recibir: una colección de gracias, una detrás de otra, que no sabía cómo calificar y que llamaba operativas, porque de tal manera dominaban mi voluntad que casi no tenía que hacer esfuerzo. Adelante, sin cosas raras, trabajando sólo con mediana intensidad. Fueron los años de Zaragoza»1.
Aunque algunos de estos hechos han sido recogidos en una de las biografías más completas publicadas hasta la fecha2, la mayor parte de tales sucesos se han quedado entre Dios y su siervo Josemaría. Sólo en raras ocasiones —más fácilmente cuando se hallaba con pocas personas—, el Fundador del Opus Dei levantaba un poco el velo con que cubría la historia de las intervenciones divinas en su alma. Así ocurrió, por ejemplo, en 1960, con ocasión de una estancia en Zaragoza, adonde había acudido para recibir el doctorado honoris causa que le había conferido la Universidad. Por aquellos días, pudo visitar —después de muchos años— la iglesia del Seminario de San Carlos. Nada más entrar, señaló una tribuna resguardada por una celosía, que da sobre el presbiterio, y nos comentó con extrema naturalidad a quienes le acompañábamos: «Ahí he pasado yo muchas horas rezando por las noches».
En este clima de oración y de sacrificio se fraguó la santidad del futuro Fundador del Opus Dei, que iría creciendo en los años sucesivos, hasta el momento mismo de su tránsito al Cielo. Pero ya durante aquel lustro en Zaragoza comenzó a producir frutos sabrosos, que influyeron positivamente en las personas que le rodeaban: profesores y alumnos del seminario de San Carlos y de la Universidad. Un solo ejemplo: el hecho de que, con sólo 20 años, fuese nombrado Inspector del Seminario (no había recibido ninguna de las Órdenes Menores: sólo la tonsura clerical, que le administró personalmente el Cardenal Soldevila, Arzobispo de Zaragoza, en septiembre de 1922), es señal de la madurez que ya había alcanzado en aquellas tempranas fechas, explicable sólo como consecuencia de su intenso trato con Dios. Con razón podemos aplicarle unas palabras de la Sagrada Escritura, que tanto amaba referir a las personas jóvenes que se acercaban al Opus Dei: super senes intellexi quia mandata tua servavi3; tengo más discernimiento que los ancianos, porque guardo tus mandamientos. Su biografía, en efecto, podría sintetizarse en pocas pero decisivas palabras: buscó y amó, siempre y en todo, el cumplimiento de la Voluntad de Dios.
De esto trata el presente libro, fruto del riguroso esfuerzo investigador del Dr. Ramón Herrando. Gracias al estudio detallado de las fuentes históricas disponibles, el Autor reconstruye el ambiente humano, intelectual y espiritual en el que vivió el entonces joven seminarista Josemaría Escrivá. De los hechos, relatados con la objetividad de los datos históricos, se trasluce el extraordinario temple humano y sobrenatural del futuro Fundador del Opus Dei. A la luz de su ejemplo, verdaderamente heroico ya en los primeros años, los lectores tendrán posibilidad de admirar la inefable acción de la gracia en las almas bien dispuestas y, al mismo tiempo, podrán echar una ojeada a su propia vida, para ponerla más en sintonía con el proyecto que Dios ha trazado para cada uno de sus hijos.
Es lo que pido a Nuestro Señor por intercesión de la Virgen, de cuya advocación del Pilar fue tan devoto el Fundador del Opus Dei desde su infancia, y a la que tantas veces —diariamente, durante aquella época— visitó en su Basílica de Zaragoza.

Roma, 2 de octubre de 2001, aniversario de la fundación del Opus Dei.

+ Javier Echevarría
Prelado del Opus Dei

Los años de seminario de Josemaría Escrivá en Zaragoza, 1920-1925

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