martes, 10 de noviembre de 2009

Presentación

Este libro, el primero de una serie de monografías sobre el Fundador del Opus Dei, promovidas por el «Instituto Histórico Josemaría Escrivá», ve la luz mientras celebramos el centenario de su nacimiento. Pretende ser otro homenaje más —homenaje debido— a la memoria de este sacerdote santo, nacido en Barbastro el 9 de enero de 1902 y fallecido en Roma el 26 de junio de 1975, pero no se limita a una simple conmemoración.
El período histórico abarcado por el presente volumen —los años de seminario en Zaragoza, de 1920 a 1925— resulta particularmente importante para la futura misión de Josemaría Escrivá de Balaguer. En ese lustro, en efecto, el joven seminarista va madurando en todos los aspectos. Los estudios de Teología en el Seminario de San Francisco de Paula y los de Derecho —que realiza en las aulas cesaraugustanas, sin restar tiempo a su preparación específica para el sacerdocio, ya que aprovechaba las épocas de vacaciones para preparar los exámenes— abren su inteligencia al esplendor de la verdad y ponen las bases del gran sentido teológico y jurídico, que manifestaría a lo largo de toda su existencia. La lectura habitual de los clásicos —afición que le venía de tiempo atrás, alentado por el ejemplo de sus padres— afina su preparación cultural y le proporciona también una ayuda para difundir la doctrina cristiana con sugestivo don de lenguas y, años después, el espíritu del Opus Dei entre personas de las más diversas condiciones sociales. La estrecha convivencia con profesores y alumnos le enriquece humanamente y le ofrece múltiples ocasiones de ejercitar el espíritu de servicio, tan característico del Fundador del Opus Dei.
Junto a esta maduración que podemos llamar externa, se da contemporáneamente un crecimiento interior que es como la raíz que impulsa toda la actividad exterior de Josemaría Escrivá de Balaguer. Me refiero a su recia vida espiritual, de profundo trato personal con Dios, que se despliega impetuosamente durante este período, sustentada por la vocación sacerdotal y alimentada por las numerosas gracias que recibe. Este crecimiento interior se forja al compás de innumerables horas de oración ante el Santísimo Sacramento y también al ritmo de las numerosas pruebas —internas y externas— que el Señor le envía, que le exigen muchos sacrificios y renuncias.
Algo de esto se transparenta en un texto de su predicación, correspondiente a 1964. Refiriéndose al laborar de Dios en su alma, durante los años de su formación sacerdotal, recordaba delante de un pequeño grupo de fieles del Opus Dei: «Sucedieron muchas cosas duras, tremendas, que no os digo porque a mí no me causan pena, pero a vosotros sí que os la darían. Eran hachazos que Dios Nuestro Señor daba para preparar —de ese árbol— la viga que iba a servir, a pesar de ella misma, para hacer su Obra. Yo, casi sin darme cuenta, repetía: Domine, ut videam! Domine, ut sit! No sabía lo que era, pero seguía adelante, sin corresponder a la bondad de Dios, pero esperando lo que más tarde había de recibir: una colección de gracias, una detrás de otra, que no sabía cómo calificar y que llamaba operativas, porque de tal manera dominaban mi voluntad que casi no tenía que hacer esfuerzo. Adelante, sin cosas raras, trabajando sólo con mediana intensidad. Fueron los años de Zaragoza»1.
Aunque algunos de estos hechos han sido recogidos en una de las biografías más completas publicadas hasta la fecha2, la mayor parte de tales sucesos se han quedado entre Dios y su siervo Josemaría. Sólo en raras ocasiones —más fácilmente cuando se hallaba con pocas personas—, el Fundador del Opus Dei levantaba un poco el velo con que cubría la historia de las intervenciones divinas en su alma. Así ocurrió, por ejemplo, en 1960, con ocasión de una estancia en Zaragoza, adonde había acudido para recibir el doctorado honoris causa que le había conferido la Universidad. Por aquellos días, pudo visitar —después de muchos años— la iglesia del Seminario de San Carlos. Nada más entrar, señaló una tribuna resguardada por una celosía, que da sobre el presbiterio, y nos comentó con extrema naturalidad a quienes le acompañábamos: «Ahí he pasado yo muchas horas rezando por las noches».
En este clima de oración y de sacrificio se fraguó la santidad del futuro Fundador del Opus Dei, que iría creciendo en los años sucesivos, hasta el momento mismo de su tránsito al Cielo. Pero ya durante aquel lustro en Zaragoza comenzó a producir frutos sabrosos, que influyeron positivamente en las personas que le rodeaban: profesores y alumnos del seminario de San Carlos y de la Universidad. Un solo ejemplo: el hecho de que, con sólo 20 años, fuese nombrado Inspector del Seminario (no había recibido ninguna de las Órdenes Menores: sólo la tonsura clerical, que le administró personalmente el Cardenal Soldevila, Arzobispo de Zaragoza, en septiembre de 1922), es señal de la madurez que ya había alcanzado en aquellas tempranas fechas, explicable sólo como consecuencia de su intenso trato con Dios. Con razón podemos aplicarle unas palabras de la Sagrada Escritura, que tanto amaba referir a las personas jóvenes que se acercaban al Opus Dei: super senes intellexi quia mandata tua servavi3; tengo más discernimiento que los ancianos, porque guardo tus mandamientos. Su biografía, en efecto, podría sintetizarse en pocas pero decisivas palabras: buscó y amó, siempre y en todo, el cumplimiento de la Voluntad de Dios.
De esto trata el presente libro, fruto del riguroso esfuerzo investigador del Dr. Ramón Herrando. Gracias al estudio detallado de las fuentes históricas disponibles, el Autor reconstruye el ambiente humano, intelectual y espiritual en el que vivió el entonces joven seminarista Josemaría Escrivá. De los hechos, relatados con la objetividad de los datos históricos, se trasluce el extraordinario temple humano y sobrenatural del futuro Fundador del Opus Dei. A la luz de su ejemplo, verdaderamente heroico ya en los primeros años, los lectores tendrán posibilidad de admirar la inefable acción de la gracia en las almas bien dispuestas y, al mismo tiempo, podrán echar una ojeada a su propia vida, para ponerla más en sintonía con el proyecto que Dios ha trazado para cada uno de sus hijos.
Es lo que pido a Nuestro Señor por intercesión de la Virgen, de cuya advocación del Pilar fue tan devoto el Fundador del Opus Dei desde su infancia, y a la que tantas veces —diariamente, durante aquella época— visitó en su Basílica de Zaragoza.

Roma, 2 de octubre de 2001, aniversario de la fundación del Opus Dei.

+ Javier Echevarría
Prelado del Opus Dei

Los años de seminario de Josemaría Escrivá en Zaragoza, 1920-1925

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